Dioses o Demonios PARTE 2


Entretanto, una mañana de viernes cuando el yeso ya formaba parte de mi anatomía desde hacia dos semanas, la monja de lengua nos dijo que la misa se atrasaría hasta después de la comida. También añadió, o eso entendí yo, que todas aquellas que hubieran hecho ya la primera comunión en ese mes de mayo, o aquellas que ha hicieran en breve, podían comulgar.

Al salir del comedor, que se encontraba al otro lado del patio del convento, la riña sobre quién me acompañaba a la capilla estalló. Dos compañeras se disputaban el honor de servirme de lazarillo. No recuerdo su cara, ni su nombre, solo sé que ganó la que más fuerte empujó a la otra. La niña me cogió por el brazo y tiró de mí casi sin apenas darme el tiempo de caminar como debía - tallón delante y girando el pie para avanzar como es debido cuando se lleva a cuestas una escayola-. Así, a trompicones, llegamos a la capilla. Todo el mundo se había instalado ya.

Santos,santos
lol@mento


El padre Sebastián, un cura moderno y reivindicativo, que militaba en causas sociales en uno de los dos barrios pobres de la ciudad, estaba terminando de preparar su altar. Por suerte, las misas de los viernes no eran largas ni tediosas, como las de los domingos en nuestra parroquia. Tras el breve sermón, el padre Sebastián bendijo el cáliz en esa celebración eucarística y somnífera, dicho sea de paso, recitando el consiguiente -Porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna...bla, bla, bla... y una fila de niñas se formó de inmediato, entre empujones y tirones a lo largo del pasillo que conducía al sacerdote.

Nosotras, sentadas en una de las últimas filas de banquetas, comenzamos también el ritual peregrinaje hacia el altar. Al llegar frente al cura, brazo con brazo de mi compañera, el cura tomó la consagrada hostia y pronunció un suave:

- El cuerpo de cristo...
- Amén, -respondí con fingida timidez

Nos dimos media vuelta y, con aquel trozo de extraña galleta insípida, para tratarse de un 'cuerpo', poniéndose cada vez más blandita entre mi lengua y mi paladar, comenzamos el retorno a nuestro banco. El fin de la misa llegó con la bendición del padre, y con ello mi calvario de pecadora.

Al llegar al aula 3B en el segundo piso del edificio contiguo, una severa exclamación me metió el miedo en el cuerpo, la primera de una serie de escenas de miedo satánico que se sucederían a lo largo de la semana.

-    -  ¡Lola ! , - soltó la señorita Carmina, maestra de Ciencias Naturales,- ¿pero qué has hecho chiquilla? Ve ahora mismo al despacho de la madre superiora.

Lo que siguió, queda como una de las experiencias más sur-realistas vividas en mi ajetreada vida. Imágenes de mi blancuzo cuerpo, vestida con la bata escolar con finas rayas verdes y blancas, ardiendo en el infierno, aparecían y desaparecían en mi cabeza sin parar durante la larga brevedad de aquella entrevista. y así, es como, Lola López Gómez, un día cualquiera, vestida en uniforme escolar, sin fausto ni ágape alguno, llevando a rastras una pierna enyesada y asistida por la complicidad de otra adulta de 8 años, había hecho su primera comunión;
El cuerpo de Cristo había entrado en el mio, sin que antes hubiera sido purificado con el arrepentimiento de mis pecados de niña, ni por medio de una bendición eclesiástica para permitirme hacerlo.

La orden de la madre superiora no dejó lugar a duda. O el sábado previo a la ceremonia de mi primera comunión contaba al padre en confesión lo que había hecho, para que me redimiera, o por el contrario, estaría condenada a las llamas eternas.

Al llegar a casa no dije nada. Pensé que aquello quedaría entre Dios, la madre superiora y yo. Pero a eso de las siete, mientras jugaba en la calle, me pareció alejarse calle abajo una figura negra, no lejos a la altura de mi casa. Corrí cuanto la limitada movilidad de mi pierna me permitía y llegué a casa jadeante.

No hubo bofetada. Me recibió la sabia -y más bien agnóstica- de mi madre, quien se limitó a prepararme algo de merienda.


Nuevos mesias
lol@mento

El sábado, en catequesis, carcomida por los nervios, inventé frente a aquel 'santo varón' una retahíla de pecadillos sin importancia, desde un exitoso -he dicho muchas palabrotas-, hasta un -Le puse la zancadilla a mi hermano-... Un éxito rotundo, hubiera merecido un Goya de Mejor Actriz revelación.

Al día siguiente, llevando un modesto y, no por ello menos precioso, vestido
en blanco roto de batista y encaje hasta los tobillos, hice oficialmente mi Segunda Primera Comunión. Esperando en vano, que un rayo caído de lo alto de la cruz de madera sobre la cabeza de los 20 niños que me rodeaban, me fulminara justo en el mismo memento en que aquella galleta sosa entrara en mí.

Ese día, cuando tras la ceremonia volvimos a casa para celebrar con bollos suizos y chocolate a la taza el histórico y sagrado evento, comprendí que, la Religión, era el cuento más bonito que jamás me habían contado.


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