40 dias y 40 noches


Salí corriendo a la puerta de la calle. El  1 daba ya la vuelta en el Cerro para subir la calle y pararse en la puerta de “la María la Culona” donde el bus tenía término. Tenía solo seis años y mi madre se estaba muriendo por primera vez. De esa vez no recuerdo casi nada. Siempre he creído que mi falta de memoria acudió a mi con los años; hoy sé, que jamás la tuve buena, Esta revelación, no me consuela, pero tampoco me  avergüenza.

En aquella primera vez, era joven y guapa. Pero también estaba desesperada; Así, su imprudencia por plantarse en ser solo madre de seis hijos, casi le costó la vida. Durante cuarenta días y cuarenta noches, luchó por nosotr@s.

No era nada nuevo, ya había hecho de las suyas antes. Entre 1960, nacimiento de Ana, y 1964, nacimiento de Herminia, desafió a su naturaleza femenina. No podían permitirse un tercer hijo, así que abortar, era la única solución en aquella España franquista; Para ello, todo estaba permitido y la jugada le Salió bien.

Entre 1964 y 1967, de nuevo jugó con fuego. Aspirinas a go-go, mantas calientes sobre el vientre y dios sabe qué otras barbaridades pudo hacer para no tener un cuarto hijo enseguida. Y cuando quedó embarazada de mi, quién sabe por qué, decidió que yo debía nacer. Enorme responsabilidad la de estar aquí y hacer que se sienta orgullosa de mi, allá donde esté. Aunque los ineficaces medios contraceptivos de la época, hicieron que tan solo quince meses después, de nuevo se viera gorda.

Cuando Paca llegó, fue un acierto, y un escándalo también. Más de cinco kilos de bebé que fue la noticia del mes en la planta de maternidad del Hospital de Los Marqueses de Linares. Exhibida  posando durante horas, solo era el presagio de lo que algún día conseguiría; ser admirada frente al público como gran artista que es. Solo falló algo, su nombre; debió llamarse Paca, por imperativo patriarcal. Sería la última, y no cabía en cabeza una familia sin hijo llevando el nombre del padre, Paco. Eso hizo que, cuando Jesús nació un año y un mes después, la alegría de mi padre por la llegada de un varón, dejara un amargo sabor de boca al tener que buscar un nombre al azar. Y qué bonito nombre, el mejor que podían haber elegido. Jesús el bueno, generoso y humilde donde los haya.

Una familia, lo suficientemente grande y unida, como para pensarse el dejarla como estaba. Pero el día que mi madre supo que estaba de nuevo preñada, enloqueció de desesperación. Y lo que hiciera, se fue con ella a la tumba en mayo de 2006.
Paradójicamente, las maniobras utilizadas esta vez, no la llevarían a aquel estado moribundo, si no la negligencia de un cuerpo médico, inepto y mojigato, que más preocupado por el hecho del aborto, que presumían deseado, que por vigilar el estado de su paciente, hizo que una administración de medicamentos nocivos para ella, alérgica a penicilinas y sulfamidas, casi la mataran.

Mientras se debatía entre la vida y la muerte, en aquel mismo hospital en el que algunos de los hermanos nacimos, las monjitas la interrogaban sin descanso y sin pudor; -qué has hecho María?- cuéntanoslo, no pasará nada, te quedarás en paz-

Las amenazas de mi padre, que entre lágrimas pedía responsabilidades, y sobre todo, la fortaleza de mi madre, consiguieron que venciera a un destino de seis huérfanos y un viudo más sobre la tierra.

Y curiosamente, de tan grave suceso familiar, las únicas cosas que recuerdo con toda claridad son, el pantalón blanco nuevo que vestía camino del hospital cuando me llevaron a verla, y la cara sonrosada y divina de mi bellísima madre, cuando entré en el comedor aquel bendito día que volvió del hospital.

Si tan solo ella supiera, cuánto la hecho de menos…




Inner beauty
lol@mento





* Autobùs de linea que llevaba desde el centro de Linares hasta el limite del Barrio de San José con el de la Zarzuela.

El vestido de comuniòn


Aquella mañana de mayo del 74, María ‘La guapa’, mi madre, pasó por el puesto de pescado de Benavides en el mercado de abastos de nuestra pequeña ciudad. Compró ocho lenguados, y doscientos gramos de calamares cortados en rodajas. Con el carrito ya rebosando y dos bolsas de plástico en la mano derecha, había completado su compra del sábado. Al bajar las escaleras del magnífico edificio en ladrillo rojo que aún hoy alberga este mercado de pescado, una de las bolsas se rompió. Varias mujeres se agacharon para ayudarla a recoger melocotones y limones, entre risas y comentarios jocosos.

_¡Pues está la fruta barata para tirarla así María! – bromeó la tendera de un puesto cerca de la puerta, mientras le enseñaba una bolsa de plástico que una de las señoras vino a recoger. Lo colocaron todo, y cargada como una burra, Mariquita tomó la calle Cervantes abajo camino de casa.
Llegando a SAFA, el colegio en el que estudiaban mis hermanos se topó con Isabel ‘La vilcheña’ que subía con su hija mayor en dirección al mercado. Dejó las pesadas bolsas en el suelo y, en medio del griterío de niños sin clase al otro lado de la tapia, intercambiaron un saludo y pésames varios. Justo antes de despedirse, ya recogiendo su mercancía, mi madre se dirigió a la niña;


_ Ya lo tienes todo listo para la comunión cariño?, Es mañana verdad? –dijo sonriendo

Rosario, una niña delgaducha de pelo largo y castaño, bajó la cabeza con timidez y balbuceó un –Sí- casi inaudible.

_ ¿Qué te pasa chiquilla?, -se extrañó mi madre
_ Nada María,-saltó la madre-, que no tenemos pa’l vestido. Se pondrá el rosa, que está muy guapa con él.

La niña, avergonzada, soltó la mano se du madre y dándoles la espalda se acercó a la tapia de la escuela, observando desde el enrejado de piedra los juegos de aquellos que venían en sábado a echarse partidillos.

Mi madre dijo adiós y siguió su camino. Al llegar a casa, mil tareas la esperaban; preparar comida, lavar ropa…y aún tenia que terminar dos trabajos, el traje de chaqueta de una clienta muy exigente, pero que le daba muchos encargos y pagaba bien, y unas colchas para una boutique de decoración del centro. Su don para la costura y desbordante creatividad la habrían llevado muy lejos de haber vivido en otra ciudad, o país, en Francia o Italia por ejemplo. Pero en el entorno provinciano de nuestra ciudad, todo quedó en simple reputación de buena modista.

La noche llegó y poco a poco nos fuimos acostando todos. Todos, menos ella, que aún exhausta como cada noche, se reunió sin falta con aquella gran compañera, su máquina de coser Alfa. El clac, clac, de aquella máquina negra con tablero de caoba sonó a la una, y seguía sonando sobre las dos y las tres, según cuenta Ana, mi hermana mayor. Así, la noche se llenó de horas, para colmar su empeño y cuando ya la luz del sol le castigaba los ojos, el rítmico claqueo cesó. Mariquita salió de casa mientras todos dormíamos, con una bolsa de papel en la mano. Camino unos cuarenta o cincuenta metros, los que separaban nuestra casa de la de la Vilcheña y llamó a la puerta; Volvió a golpear algo más fuerte y la puerta se abrió. Isabel asomó la cabeza, Con asombro al reconocerla exclamó en susurros:

_ ¿Qué pasa María?

_ Toma, para Rosario; espero que le guste, - dijo entregándole la bolsa donde se dibujaba el logotipo de una boutique cara.

Isabel agarró la bolsa intrigada y miró el interior. Volvió la vista hacia mi madre con los ojos comenzando a humedecer.

_ Eres un ángel raro, María,- dijo

Sacó el contenido, dejando caer la bolsa al suelo. Un precioso vestido de color blanco roto se desplegó. Tenia mangas de farol y falda de raso ceñida con un grueso lazo rosa de tul.

_ Te dejo que voy a echarme un rato antes de que se levanten las fieras,- dijo alejándose camino de casa.

Desapareció calle arriba, mientras Isabel, aún boquiabierta, gritaba –¡Rosariooo, Rosariooo…! -


INVITACION LAST MINUTE

Ya me estoy rayando. Porque a mi, en realidad, me gusta improvisar, pero me angustia al mismo tiempo no saber a donde voy.

Venga chicos! Que siempre nos pasa lo mismo, tres horas para desmantelar el chiringuito. Normal. El despliegue picniquero talleril posee dimensiones de festìn cultural.

Yo sigo esperando la llamada de mi amigo, pero claro, conociendo la constancia de su inconstancia mejor me voy a tomar esa copita con los compaéneros del taller.

Bieeeeeeeeeen! Por fin salimos! Donde han dicho que vivìa la chica esta? En el 5ème? Qué metro? O vamos en bus? De todas formas yo me dejaré llevar, como siempre.

Qué rabia ya es de noche! En realidad me gustan estos trayectos en bus que nos hacemos despues de los talleres en los que jamàs sé donde acabaré. Creo que hay demasiada luz en estos autobuses parisinos. Siempre siento el impulso de plantarme las gafas de sol. Claro que hacen bien, porque viendo menos que un gato de escayola, si me ponen menos luz igual me pego el trompazo.

Por cierto, tengo que recordarles a estos que he vuelto a comer carne; Joder, comienza a resultar igual de tedioso tener que acostumbar a todo el mundo a que retomo viejos hàbitos, que lo era tener que recordarles siempre que no comìa carne… Allez, dicho està.

Paris està tan lindo de noche que… còmo? Ya hemos llegado?...
Esta zona està muy tranquila para un sàbado noche. Los bares parecen desiertos. El ramadan ha terminado? Es hoy la fiesta creo. Es por eso, los vecinos lo estàn celebrando, seguro. Es una fiesta privada, no van de bares. Al final, no he ido a casa de Zhora a tomar los dulces àrabes que me prometiò…

Pero he oido bien? Esta tipa es judia? Cuàntos judios habrà en Paris?...

Qué casa tan bonita! Esta chica es judia si o si, vamos, miraaaaaaa ese candelabro de 8 brazos… ajah! Ay, ese debe ser el amigo quebequois. Me recuerda al actor de Lost in translation, pero màs joven claro. Y esa mùsica? Diosssssss, està sonando REM? Es el Losing my religion de Rem, ya te digo… Esto es para celebrar el año nuevo judio? Pues, Shalom!... Que significa PAZ, señores!! Tiene guasa. Paz, paz, paz… Paloma blanca, paloma blanca… Anda quitadme a Rem que me deprimo. Y de paso, sirveme un mojito y liberad los territorios ocupados también monina.

Maria! Maria! Mirame! Estoy borracha como una totobia… Nos vamos?... Maldito RER A










Maligna G. in RER
lol@mento


A Maria (Mi Bollete Riojano)

El muñeco azul


Ramón llegó corriendo hasta el rincón de la Calle Policarpo donde siempre jugábamos a Un dos tres pollito inglés. Era sábado y no teníamos cole. Estábamos casi todos los de la banda del barrio y esperábamos que de un momento a otro nos llamaran para comer.


 la edad de la inocencia #1
lol@mento

- ¡Corred, venid! -dijo jadeando- nuestras madres están llorando; están todas en la puerta de la Ramona.

Debíamos estar casi todos los niños y niñas de la banda. Teníamos entre siete y diez años; Nos precipitamos calle Arroyo Alto abajo para averiguar
lo que había pasado. Y allí estaban, a la altura de la peluquería de Mari Carmen. Un corro de mujeres, entre ellas mi madre y las de varios de los otros, llorando y exclamando con dolor, como poseídas por una locura colectiva. Fuera de aquella piña de mujeres, dos mujeres asistían y abanicaban a una señora gorda tirada en el suelo que agitaba piernas y manos, al tiempo que gemía, -Criaturica-. Era la Juani de la Montoya.

Ver a todas aquellas mujeres llorar, abrazadas entre ellas, consolándose las unas a las otras nos dio miedo. Nadie se atrevió a acercarse; ¿pero qué estaba pasando?, ¿qué había dentro de aquel circulo cerrado a cal y canto que no dejaba ver lo que ocultaba?

Algunos nos agachamos para intentar ver entre las piernas de nuestras madres. Era imposible; No dejaban de moverse. De repente una de ellas, una abuela de cabellera blanca que aún llevaba los bigudíes dentro de una redecilla, abandono el grupo alejándose a toda prisa en dirección a la peluquería. En ese momento, y por el hueco dejado, pudimos ver un manojo de trapos mugrientos extendidos en el suelo con un bulto azulado en el centro.

-¡Es un muñeco!- Exclamó Carlota, la niña gitana que desde hacia algunos meses se había mudado, con sus padres, abuelos y ocho hermanos, a una casa inmensa que daba a la parte trasera de mi casa

-¡Qué tontas! ¿Por qué lloran por un muñeco?- soltó otro de los niños.

Muerta de curiosidad di varios pasos adelante y me ajusté las gafas de culo de vaso que llevaba desde hacia solo unos días. Mi falta visual no me impediría perderme aquello –pensé- . Me acerqué aún más, hasta que casi podía oler la bata de una vecina a la que apodábamos la John Wayne por su renqueo  andrógino al andar. La John Wayne no había tenido ni tiempo ni de calzarse, y ahí estaba, sollozando descalza en medio de la calle. Al notar mi presencia, me agarró por la cabeza y la llevó hacia su vientre, apartándome así mi vista de aquella escena no apta.

El olor a lejía de su delantal me asfixiaba. Me agaché con un gesto rápido y me liberé. Corrí hacia mi madre que estaba abrazada a la Paquita del Papaoso. No se dio ni tan siquiera cuenta de mi presencia. Allí, junto a ella, frente a aquel trapo ennegrecido por el barro, yacía tumbado sobre su lado derecho, un muñeco azulado, con las manitas juntas y las piernecitas gorditas llenas de pliegues como los del Nenuco que los Reyes Magos habían traído a mi hermana Paqui. Una cinta, también azul, le salía del ombligo y se enmarañaba entre sus piernas. En su cadera izquierda se dibujaba una gran mancha azul oscura y violeta, casi negra y todo él estaba sucísimo. Di un paso hacia adelante, intentaba tocarlo, pero un brazo fuerte de hombre me atrapó; levantándome al vuelo me sacó de allí;

Las horas que siguieron hasta la siesta las pasamos encerrados en casa, pero desde el balcón pudimos ver la calle abarrotada de gente. Se oían las sirenas, pero los coches de policía no podían llegar hasta el muñeco.

Esa misma noche, mientras cenábamos, los mayores hablaron de él. Mi hermano mayor decía que, a eso de las doce del mediodía, cuando los hijos mayores de La Piconera volvían del campo de cazar pajarillos como cada fin de semana, habían creído ver a lo lejos, cerca de la ciénaga que  se formaba junto a la obra de canalización de residuos, a la mujer que vivía en la casa del cerro. Que se había parado frente al pestoso canal y que había arrojado un bulto.

Aquella mujer era desde hacia unos meses la comidilla del barrio. Llegada de no se sabia donde, sola, con sus tres hijos, se decía que su marido llevaba tiempo en la cárcel y no tenían donde caerse muertos. Se habían instalado en una casa a la subida del cerro; solo tenía una cocina-comedor y un dormitorio. Estaba sin terminar de construir y ni siquiera tenía luz. Por las noches, se veía a través de la ventana, las siluetas del interior bailando al ritmo de la llama de una vela.

Las vecinas la ayudaban a veces dándoles comida para los hijos, la mayor de los cuales estaba en nuestro colegio, admitida por caridad de las monjas del convento de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. Esa niña era muy rara y las compañeras le hacíamos el arco en el recreo. A su madre se la criticaba de falta de atención a sus hijos, a la luz de su buen aspecto físico desde hacia un tiempo, mientras que sus niños estaban escuálidos y ojerosos.

Los chavales, -seguía contando mi hermano Felipe-, llegando a la altura donde habían visto a la mujer, no habían podido resistir la curiosidad de pararse a mirar. Uno de ellos, había bajado al fango y encontrado el bulto arrojado por ella. Con un trozo de madera y una rama encontrada en el suelo, -seguía contando-,  había hurgado entre el manojo de trapos hasta dar un grito. Lo había recogido y a gritos de “Hija de P’… lo que sigue” y de “P’…. lo que sigue”, habían llevado el bulto hacia la calle Corredera y lo habían dejado en el suelo para que todo el mundo lo viera. Después se quedó callado, todos callaron hasta el final de la cena.

El lunes llegó, y  aquella niña no vino a clase. Poco tiempo después supimos que, siguiendo los pasos de su marido, la atroz madre, había entrado en prisión y que habían llevado a sus hijos al hogar de acogida de la calle Santa Engracia.

Hace poco, recordando aquel suceso con mis hermanas, me enteré de algo de lo que no tenía ningún recuerdo. Resulta que tras aquel suceso, vine a ver a mi madre y le pregunté:

-Mamá, si no lo querían, ¿por qué no nos lo han dado a nosotros?



lolipop attitude
lol@mento

A la niña que fui, y que no ha cambiado mucho.

Equinoccio

Le dio siete patadas al cubo de basura junto a la puerta del garaje; se sentó en el poyete que hacia veces de arriate para las margaritas violetas, y se limpió el sudor con la manga de su camiseta. Se alegró de no vivir en una de esas casas adosadas de la urbanización justo a dos calles de su casa. Eran del más feo estilo a la americana, donde si tienes visita, como si arreglas el jardín, ahí se ve todo lo que pasa.

Vaya nombre ridículo - “El recuerdo”-, pensò. El promotor de la obra debió decidir llamarlo así durante una mañana de resaca, o la noche de antes, después de haberse metido de todo -.

El timbre de la puerta le sorprendió, desparramado entre las margaritas, con una lágrima que caía lentísima en busca de las gotas de sudor de su sien izquierda. Era lo último que quería; una visita. Pero, -y si fuera ella –, se dijo, -y si hubiera cambiado de idea-.


Fiori di Roma
Lol@mento


La insistencia del Ring-ringgggg no dejaba dura. Quien fuera que fuese, sabía que él estaba en casa y hacía entender que no se iría por donde había venido, asì, sin más . El intruso ganó, y con un rápido frote de ojos se incorporó y tomó el estrecho camino de losas rugosas que bordeaban la casa. Serpenteándolas, se acercó de puntillas a la zona delantera, deseando que la persona se hubiera ido. - Ella habría utilizado sus llaves-, pensò. Si las hubiera dejado, él las habrìa visto... Pero un nuevo y largo Rinnnnnnng le hizo exclamar un sonoro y aliviador – ¡Jodeeeer, que ya voy! -

Delante del portón de hierro macizo, inspiró profundamente, se arregló la camiseta sobre el vaquero y abrió. Un grandullón rubio esperaba apoyado en un 4x4 gris metalizado, con las manos dentro de los bolsillos.

-      - Carlos tío, ¿dónde te habías metido?- exclamó al verlo
-      - ¡Déjame vale! No estoy de humor-, dijo dándose media vuelta y caminando hacia la casa.

El otro le siguió. Al tiempo que cerraba la puerta, trasteó en su móvil y pronto se le oyó hablar con alguien:

-      - Jorge, ya estoy con él… En su casa…pues no lo sé, está raro…No puedo, que Laura me va a matar si no llego a tiempo de recogerla al ginecólogo… Vale, ya le digo…Ciao

Cuando entró en la casa, encontró a Carlos sentado frente al televisor, tan apagado como el propio aparato, con la mirada perdida y un manojo de llaves en las manos. 

Historias y mitos brasileños


Fascinación por el folclore y las tradiciones de cualquiera país que visite. Curiosidad, extrema por aquello en lo que otras culturas creen o dejan de creer...

Mi querida compañera de trabajo Rosana Rodrigues, compartía conmigo hace unos días algunas historias de su bello país. Brasil, ese gran y lejano país que visité por el 2007 y al que estoy deseando volver.

Según ella, en los pueblos del Amazonas existe la creencia de que una mujer, con las piernas al revés protege los bosques amazónicos. También a los animales. Ella, cuando los cazadores se adentran para cazar en éstos, hace que se pierdan. Al no encontrar el camino de vuelta, enloquecen. Así, los mata de desesperación. También utiliza otras armas, entre ellas, el arco y la flecha; los cuerpos de los cazadores encontrados tienen su marca, así es como se sabe que su muerte es obra de Curupira, el espíritu del bosque con cuerpo de mujer mutante, ya que tiene sus piernas vueltas del revés, para confundir con sus huellas a los cazadores...



También me contó la historia de la Anaconda gigante que vive en las entrañas de la selva. Al sentir cualquier amenaza para su tierra, esta bestia gigantesca, se sacude, con tanta fuerza, que hace temblar la tierra en toda la región. Por ello, en Belén, en la costa norte de Brasil, los edificios muestran la huella de la Anaconda, dibujando grandes fisuras y grietas en muchos edificios de la ciudad.



To be continued


Dioses o Demonios PARTE 2


Entretanto, una mañana de viernes cuando el yeso ya formaba parte de mi anatomía desde hacia dos semanas, la monja de lengua nos dijo que la misa se atrasaría hasta después de la comida. También añadió, o eso entendí yo, que todas aquellas que hubieran hecho ya la primera comunión en ese mes de mayo, o aquellas que ha hicieran en breve, podían comulgar.

Al salir del comedor, que se encontraba al otro lado del patio del convento, la riña sobre quién me acompañaba a la capilla estalló. Dos compañeras se disputaban el honor de servirme de lazarillo. No recuerdo su cara, ni su nombre, solo sé que ganó la que más fuerte empujó a la otra. La niña me cogió por el brazo y tiró de mí casi sin apenas darme el tiempo de caminar como debía - tallón delante y girando el pie para avanzar como es debido cuando se lleva a cuestas una escayola-. Así, a trompicones, llegamos a la capilla. Todo el mundo se había instalado ya.

Santos,santos
lol@mento


El padre Sebastián, un cura moderno y reivindicativo, que militaba en causas sociales en uno de los dos barrios pobres de la ciudad, estaba terminando de preparar su altar. Por suerte, las misas de los viernes no eran largas ni tediosas, como las de los domingos en nuestra parroquia. Tras el breve sermón, el padre Sebastián bendijo el cáliz en esa celebración eucarística y somnífera, dicho sea de paso, recitando el consiguiente -Porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna...bla, bla, bla... y una fila de niñas se formó de inmediato, entre empujones y tirones a lo largo del pasillo que conducía al sacerdote.

Nosotras, sentadas en una de las últimas filas de banquetas, comenzamos también el ritual peregrinaje hacia el altar. Al llegar frente al cura, brazo con brazo de mi compañera, el cura tomó la consagrada hostia y pronunció un suave:

- El cuerpo de cristo...
- Amén, -respondí con fingida timidez

Nos dimos media vuelta y, con aquel trozo de extraña galleta insípida, para tratarse de un 'cuerpo', poniéndose cada vez más blandita entre mi lengua y mi paladar, comenzamos el retorno a nuestro banco. El fin de la misa llegó con la bendición del padre, y con ello mi calvario de pecadora.

Al llegar al aula 3B en el segundo piso del edificio contiguo, una severa exclamación me metió el miedo en el cuerpo, la primera de una serie de escenas de miedo satánico que se sucederían a lo largo de la semana.

-    -  ¡Lola ! , - soltó la señorita Carmina, maestra de Ciencias Naturales,- ¿pero qué has hecho chiquilla? Ve ahora mismo al despacho de la madre superiora.

Lo que siguió, queda como una de las experiencias más sur-realistas vividas en mi ajetreada vida. Imágenes de mi blancuzo cuerpo, vestida con la bata escolar con finas rayas verdes y blancas, ardiendo en el infierno, aparecían y desaparecían en mi cabeza sin parar durante la larga brevedad de aquella entrevista. y así, es como, Lola López Gómez, un día cualquiera, vestida en uniforme escolar, sin fausto ni ágape alguno, llevando a rastras una pierna enyesada y asistida por la complicidad de otra adulta de 8 años, había hecho su primera comunión;
El cuerpo de Cristo había entrado en el mio, sin que antes hubiera sido purificado con el arrepentimiento de mis pecados de niña, ni por medio de una bendición eclesiástica para permitirme hacerlo.

La orden de la madre superiora no dejó lugar a duda. O el sábado previo a la ceremonia de mi primera comunión contaba al padre en confesión lo que había hecho, para que me redimiera, o por el contrario, estaría condenada a las llamas eternas.

Al llegar a casa no dije nada. Pensé que aquello quedaría entre Dios, la madre superiora y yo. Pero a eso de las siete, mientras jugaba en la calle, me pareció alejarse calle abajo una figura negra, no lejos a la altura de mi casa. Corrí cuanto la limitada movilidad de mi pierna me permitía y llegué a casa jadeante.

No hubo bofetada. Me recibió la sabia -y más bien agnóstica- de mi madre, quien se limitó a prepararme algo de merienda.


Nuevos mesias
lol@mento

El sábado, en catequesis, carcomida por los nervios, inventé frente a aquel 'santo varón' una retahíla de pecadillos sin importancia, desde un exitoso -he dicho muchas palabrotas-, hasta un -Le puse la zancadilla a mi hermano-... Un éxito rotundo, hubiera merecido un Goya de Mejor Actriz revelación.

Al día siguiente, llevando un modesto y, no por ello menos precioso, vestido
en blanco roto de batista y encaje hasta los tobillos, hice oficialmente mi Segunda Primera Comunión. Esperando en vano, que un rayo caído de lo alto de la cruz de madera sobre la cabeza de los 20 niños que me rodeaban, me fulminara justo en el mismo memento en que aquella galleta sosa entrara en mí.

Ese día, cuando tras la ceremonia volvimos a casa para celebrar con bollos suizos y chocolate a la taza el histórico y sagrado evento, comprendí que, la Religión, era el cuento más bonito que jamás me habían contado.


Dioses o demonios PARTE 1



¿Que cómo descubrí el ateísmo?...

Cuando tenia solo ocho años, viví un episodio que, aun pareciéndome hoy gracioso, me amargó mi tranquila existencia de niña.

Una tarde de primavera, mientras jugaba como siempre de forma salvaje corriendo calle arriba y abajo a la captura de alguno de los niños, digo bien, niñOs, de mi banda del barrio, me torcí el tobillo derecho. Este se hinchó de inmediato y, con más miedo por lo que mi padre me soltaría - bofetada segura- que por la imagen amorfa de mi pie, me dirigí a casa a la pata coja. Así fue como ocurrió mi primera experiencia sanitaria. Hasta hoy, nunca me han operado de nada, a excepción de varios puntos de sutura, resultado de otra aventura que os contaré  en otra ocasión. De manera que, el solo hecho de tener que ponerme una escayola supuso una gran hazaña.

A la mañana siguiente del accidente, me fui con mi madre al centro ambulatorio para que me vieran la pierna. Veredicto: fractura simple del tobillo en su parte externa, que necesitaba inmovilización por yeso. cosa que hoy, igual habría pasado por un simple esguince y una tobillera.
La escayola debía llevarla durante un mes.

 - Un mes...un mes... -se repetía mi madre, como intentando encajar el golpe, mientras yo, hipnotizada por el ritual del médico enrollando capas y capas de tela húmeda alrededor de mi pierna, no podía dejar de pensar; Este tío está loco, pero esta tela está fresquita.  Debo precisar que, para una niña inquieta como yo, limitar la actividad física durante un mes, no era solo un castigo para mí, lo era más, si cabe, para los que me rodeaban.

Cuando volvimos a casa, tumbada en el sofá, con la pata en alto, no paré de quejarme. Mi madre -pobrecita- intentaba en vano ocuparse de la comida, la ropa...

_ ¡Mamá!
_ ¿Qué?
_ ¡M'aburroooooo!
_ ¡Pues cómprate un monooooooo!

Y así una vez, y otra, y otra. No recuerdo cuántas veces se repitió la escena, sin que por ello, mi madre perdiera la calma y me enviara al cuerno. Ese día fue uno de los más largos de mi vida. Al final, gracias a mi tozudez, convencí a mi madre de dejarme volver al colegio al día siguiente. Me sentí tan excitada y especial luciendo mi escayola.

Mi colegio era uno de los dos centros educativos que las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús tenían, y aún hoy tienen en mi ciudad. Por entonces andaba yo en mi quinto año de educación religiosa. Yo nunca había conocido otra cosa. Mis amigas y vecinas estaban todas en ese, u otro colegio de monjas. Pasaron años antes de que me relacionara con estudiantes de la educación laica. Lo que pasaba dentro de los muros del colegio -llamado convento en aquella época- , para mí era lo normal: Que la Hermana María José nos calentara la palma con su gran regla de madera, cuando las respuestas a sus preguntas no eran de su agrado, era lo normal. Que nos soltara una bofetada de girarte la cara 90° porque se te escapara un taco en clase, pues era naturalmente cotidiano. No resultaba extraño porque era así, y basta.  Por suerte no eran todas como ella. La Hermana Josefina era toda bondad. Además de ser esbelta y elegante  -incluida su verruga a lo Cindy Crowford- era muy inteligente. Me gustaba el tono que utilizaba al hablarnos, como si nos considerara adultos. Eso me daba confianza. Ella màs que enseñarnos cosas, nos hacía reflexionar sobre ellas. Todo ello hizo que sintiera, y aún hoy lo sienta, un gran respeto por ella, a quien más que como una monja, siempre vi como una gran educadora. Del resto, incluidas las maestras no religiosas,  ni hablo, podría herir la sensibilidad de alguna que otra persona.




Al principio detestaba aquel cuerpo extraño y pesado que debía arrastrar, como si de una penitencia a mi apasionada forma de jugar, saltar, correr, en definitiva, de vivir, se tratara... pero, poco a poco la hice parte de mi. Lo pasé realmente en grande con aquella escayola. Era grande, hasta la rodilla, y culminaba en un gran tacón al que el médico había pegado un recuadro de caucho para amortiguar el peso de cada paso. Muy pronto, hacer equilibrios sobre el tacón, se conviertiò en el más divertido de mis pasatiempos. Me hacía ganar altura, y eso, aunque ya era alta para mi edad, me hacía parecer aùn más fuerte y original ante mis compañeras de clase. Siempre había riña para disputarse quién me acompañaba a la capilla, al comedor o al campo de deporte, donde claro está, me quedaba aparcada leyendo en un banco durante una hora.

Los primeros días me comporté bastante bien, toda una señorita. Una semana después, comenzó LA FIESTA!!! ....


Hechos musicales... y Mesias


Durante muchas noches entre 1987 y 1990 perdí el sueño, lo que me dio, por otro lado, el tiempo de construir grandes sueños. Algunos ya cumplidos hoy, otros, aguardan pacientes en los pasillos de mi agencia de viajes emocional.
Siendo pequeña, jugué en el patio de casa, día sí y día también a ritmo de The Who, Led Zeppelin o The Rolling Stones, gracias a los decibelios que emanaban del cuarto de mi hermano mayor. Luego, dede los 18 a los 22 regué con ron-cola mil y una veladas musicales, por lo que tendría que citar sin orden ni concierto bandas legendarias que asocio con gentes y garitos. Luciano-Madness, Raquelilla-B52, Poppys- Nacha Pop, Alquibira- 091, The Cure, David Bowie... Todos y cada uno de ellos aportó algo grande a mi vida. Alimentó involuntariamente mi sed musical y ayudó a forjar la melómana que soy hoy.

Pero el festival de mi vida no había hecho mas que empezar. Se acercaron los 90, y nos sacudieron la cabeza hasta el éxtasis. Sacudir en el más amplio sentido de la palabra, porque dejamos atrás el ñoño baile de los 80 para sacudir nuestras cabezas, melena arriba melena abajo, con un nuevo sentimiento. Llegar a los 90 con 20 años, fue como haberme negado por defecto el derecho a una revolución musical. Haberme negado tener un look sexy a lo “Pin up” de los 50, como el de las fotos en blanco y negro de mi madre. Negado una corona de flores y un chaleco hippy de cuero de los 60, como el que tenia mi hermano mayor, Felipe.

Nacia un nuevo panorama en nuestro mundo musical, que nos vino por justicia. Era un regalo caído del mismísimo Seatle y lo llamaron Grunge

Nada es comparable a tener tus propios nuevos dioses. Y no hay dioses sin Mesías. Yo tuve mi propio Jesús aunque éste no fue un Jesus de Galilea, y no hizo milagros, pero ni falta que hacía, su bondad ha estado siempre a prueba de milagros.
No vestía túnicas, sino siniestras camisetas con extraños nombres y símbolos de bandas legendarias de los 80: Jesus and Mary Chain, Sonic Youth, Bauhaus, Pixies, Joy Division...



Una noche de otoño de 1991 al llegar a casa, extenuada por el pesado calor que se negaba a cerrar el verano, escuché algo màgico. La música que salia de su cuarto, me arrastró hacia él.

- Eh, tú! ¿Qué es esa música que escuchas? Le dije. 

- Es un grupo de rock alternativo. Se llama Nirvana -, me dijo sin ni siquiera mirarme, tumbado en aquella ridícula cama para su 1,85m.

Y así, la banda sonora de toda esa década se llamó "Smells Like Teen Spiritprobablemente la haya bailado unas 300 veces desde entonces. La última, hace solo unas horas, en honor a este relato. Solo cuando empezaron a balilarla masivamente hasta los mismísimos pijos, adopté otros temas de Nirvana que son igual de adictivos.
Un viernes de primavera, tres años más tarde, salí de mi habitación de nuestro piso de la Gran Avenida para ir al baño. Al sentarme en el wc, aun medio dormida, me pareció oir a mi madre acercarse por el pasillo. Luego el “toc-toc” en una puerta.
-  Jesús, Jesús... ¿Estás despierto?

Una especie de gemido desde el interior respondió.

- Ya no!

- ¿Cómo se llama ese grupo que escuchas todo el tiempo? ¿El del melenas con los pantalones rotos que fuiste a ver a Madrid?

- Si! ¿Qué pasa?-, dijo levantando el tono algo irritado.

- Pues parece que el melenas que canta se ha muerto.

Se oyó un golpe. Sonó como un puñetazo en la pared, pero no podría asegurarlo. Ese día tuve que aceptar un amargo hecho... Jamás podría ver a Kurt Cobain en directo. Como no podría ver aquellos otros genios del club de los 27, las tres "Jotas" a saber, Janis, Jimi, Jim... C'est la vie!


Evan Dando- The Lemonheads
lol@mento

A mi adorado hermano Jesús, a.k.a Chules