LA PRINCESA GINEBRA

No habían pasado demasiado tiempo juntos, pero los lazos se estrechaban tanto entre ellos que comenzaban a ahogarlos. El, desconfiado de oficio, ella
amoroso-intenso-compulsiva. Sentada en la sala de embarque, con la vista aun más perdida que el pensamiento, no dejaba de preguntarse por qué Alex se había tomado tantas molestias con su regreso. Le preocupaba porque no era propio de él. Lo había estropeado todo con su inseguridad y su talante individualista en aquellos meses de relación y ahora, toda esta insistencia de venir a recogerla a CDG la descolocaba.
Ella rompió con él unas semanas antes. Para empezar, no supo estar a su lado más que en la salud, descuidándola torpemente en la enfermedad y para terminar, no cumplió su palabra de acompañarla en aquel viaje especial, aquel que hubiera podido guiar su relación, casi agónica, hacia el túnel de luz.

Dejó pasar la larga fila de embarque para entrar casi en último lugar, compartiendo el largo finger que llevaba al avión con dos atípicamente ruidosos ejecutivos franceses, bastante jóvenes por cierto. Excitados, recibian en ese mismo momento buenas noticias comerciales, dados los numerosos – j arrive pas y croire !!! y varios -trop ford mec!!! - que soltaban...

Por suerte el trayecto de 1h55 se apiadó de ella y nada mas despegar cayo a plomo de una cabezada. No se despertó hasta que el comandante, con pronunciado acento español, informaba en francés del comienzo del descenso sobre la cuidad de Paris, donde la temperatura estimada era de, bla, bla, bla….

Y allí estaba él, alto, orgulloso e impecablemente vestido; como siempre. Solo que hoy, ella lo veía como a un extraño, un agradable y apuesto extraño. Con un sutil beso en la mejilla izquierda ella dejó clara su actitud y la tensión del momento. Estaba segura de que él correspondería en el mismo tono, hasta ganar algo de confianza e intentar acercarse más a ella. Cruzaron frases banales. Unos –como ha ido el viaje-, -que tal la familia-
El recorrido del RER nunca había sido tan silencioso como aquella noche de sábado, pese a la muchedumbre dirigiéndose hacia el centro. No llegarían a tiempo a Chatelet para hacer el trasbordo de la roja, lo que les obligaría a tomar un bus nocturno hacia la periferia este, o siempre quedaba la opción de esperar el primer tren de la madrugada tomando unas copas. Esta última idea, resultaba bastante improbable vista la rigidez de posturas adoptada por ambos.
- He pedido a unos amigos poder quedarnos en su casa esta noche, en el supuesto de que no pillemos el último RER, ça te va?
Estaba tan aturdida, tan cansada del viaje, los nervios contenidos y aquel silencio glacial entre ellos, que la idea de ahorrar otra hora de trayecto penoso la hizo pronunciar un rotundo y automático - C est bon!

De la llegada a aquella casa gigantesca poco recordaba. Solo la impresión de volver en el tiempo a la época en que vivía en Londres a finales de los 90. Allí era frecuente que los jóvenes sin recursos okuparan grandes casas o edificios. Aquella destartalada habitación, la enorme cama de hierro forjado colocada en el centro del cuarto, enormes y desnudos ventanales, acabo por apagar cualquier resquicio de líbido. Se acostaron, Se miraron… Durmieron




A la mañana siguiente él había desaparecido. Ella, aun embobada, se desperezó con un aire de resignación. Así era él y nada había cambiado. Se vistió con pereza preguntándose como salir de allí. Al salir de la habitación vio que aquello que le rodeaba no era normal. Pensó que aun dormía cuando por el pasillo comenzó a cruzar gente, pero, gente realmente fuera de lo común. Algunos, hip-hoperos o rastafaris, new-hippies o pijos, todos llevaban unos gorros muy raros. Especie de mayas grises que caían sobre los hombros. Otros gritaban calurosamente dándose prisa los unos a los otros. Estos últimos llevaban gorros de fieltro naranja y rojo, con lengüetas enormes sobre la nariz. El recinto era enorme. Siguió adelante, bajando escaleras y recorriendo rellanos. Buscando el lavabo llego a lo que parecía el pasillo que daba a un patio o terraza. La sangre se le heló al ver dos chicas que salían muy animadas y sonrientes de lo que parecía ser el cuarto de baño. Estoy alucinando-, se dijo, esas tías van vestidas con el traje de Dicoveryland. Inconfundible donde los haya, feo como pegarle a un padre, marrón café con leche el pantalón y azul-violeta el jersey. Originalmente diseñado por Jean Paul Gaultier y definitivamente fallido. En años viéndolos pasar, nunca vio a nadie a quien le sentara bien. Al salir del baño, decidida a encontrar a Alex, comenzó a avanzar por lo que parecía la salida al exterior por un campo de tierra. Era una calle trasera sin asfaltar. Dos chicas pasaron a toda velocidad embutidas en preciosos trajes de talle alto y sensuales escotes. Largos y de tejidos livianos, parecían sacados de un cuento medieval. Comenzó a oír galope de caballos. Pensó que estaba por la zona oeste de Paris, cerca de Auteuil. Siguió a las chicas. Más gente pasaba de largo con bastante prisa. Ahora todos iban vestidos como si fuera carnaval. Chicos con armaduras de hierro y espadas. Se le escapo una risita. No podía creer lo que veía. Se acercó a lo que parecía una entrada a un estadio, pero era todo tosco y en piedra. Tierra y fango por el suelo, mezclado con boñigas de caballo. Era una gran entrada alumbrada por antorchas y a la izquierda se encontraba instalada una jaima no muy grande. Menudo festival tienen montao aquí-, soltó, segura de que se trataba de eso, de un festival del que no había oído hablar. Era como aquellos mercadillos medievales que visitaba cuando vivía en Alicante. Aunque ésta era, con diferencia, una señora fiesta medieval. De repente alguien se le acercó por detrás y la cogió por el brazo. Era una joven bastante gruesa, prototipo de posadera sacada de una novela de Lope de vega. La chica grito en dirección al interior de la carpa
-Voilá, elle est lá!!!!!!, y tirando de ella hacia dentro la presentó frente a otras dos chicas. Estas, lindamente vestidas, estaban más cercanas a la imagen de protagonistas de “La princesa Prometida”. En un abrir y cerrar de ojos, la despojaron de su horrible chándal negro. Conjunto de terciopelo, con listas doradas en los lados, tipo adidas, que ni ella misma entendía de donde había salido ni de quien era. Una vez en ropa interior, le enfundaron el más bonito de los vestidos de época medieval que jamás había visto. Sedoso y sublime, perfecto sobre su cuerpo. Comenzaron a andar tirando de ella, al tiempo que colocaban sobre su cabeza una corona de margaritas frescas, de las que colgaba un fino velo en la parte trasera. A medida que avanzaban por aquel enorme corredor, el clamor de multitud se volvía ensordecedor. La gente más próxima a la salida, o entrada, depende de cómo se viera, aplaudían mientras la miraban con gran euforia… Allí, frente a aquella multitud, la dejaron sola, mientras mirando a izquierda y derecha buscaba un poco de coherencia entre tanto sin sentido. Pronto el jaleo fue silenciándose, al tiempo que una voz familiar hablaba con eco electrónico envolviéndolo todo. Y en ese momento, dejó de buscarlo. Al fondo de aquel gran arenal rodeado de rusticas gradas se encontraba Alex. Estaba subido sobre un podio de piedra, serio, ataviado con un precioso traje de grueso cuero marrón y cubierto de una pesada armadura, Con la boca abierta de asombro escuchó:
- Gracias a todos por estar aquí en esta ocasión tan importante para mi. Este es un día muy especial. Tengo el gusto, el honor y la necesidad, de presentaros a la persona que… me ha acompañado durante los últimos cinco meses… La mujer que… Mi compañera: Mi princesa. Mi Ginebra…

Se despertó violentamente, entre sollozos. Todo se había esfumado. Ni vestido de princesa Ginebra ni corona de margaritas…
- ¡¡¡Un puto sueño!!! Todo ha sido un sueño… Con las mejillas aun húmedas buscó desesperadamente la ubicación en aquella otra casa en la que se despertaba, que tampoco era la suya.
Miró angustiada el móvil y decidió que no lo encendería. Demasiada presión sobre su espalda. Estaba segura que las continuas llamadas de Alex estaban debilitándola. Enviaba su tóxica energía desde varios miles de kilómetros, apartándola sutil y maléficamente de su objetivo: Seguir viviendo como antes de que él apareciera, sola y feliz.


CC

TRIBUTO A "MARIA LA GUAPA" por Ana López

Caminaba con la altivez de la que se sabe hermosa con mayúsculas, aunque en su cara también llevaba reflejado el ángel de la dulzura.

Derrochaba creatividad, fantasía y buen estilo por todos los poros de su piel, acompañados de la habilidad y la destreza para desarrollarlos.

Es difícil elegir algo de su físico que destacara sobre el resto pero, si tuviera que elegir, me quedo con sus manos.

Poco frecuente es que unas manos reúnan tanta belleza y destreza como las suyas. Manos bonitas y tiernas que tantas veces oí elogiar por mujeres y hombres, jóvenes y mayores.
Manos hábiles y generosas que vistieron cuerpos hambrientos de gustar, de despertar admiración o envidia, sin importarles el día o la hora en que las solicitaban.
Manos que llenaron bocas necesitadas. Manos incansables, ajenas a un cuerpo grande y poderoso que nunca se quejaba pero que anhelaba descanso. Manos solicitadas por todos en numerosas ocasiones como un cabo de salvación savedores de que nunca recibirían un no por respuesta.

Lo tenía todo para triunfar en la vida. Para llevar una vida buena y llena de amor, grandes emociones, éxitos, admiración…. Pero algo falló. Tal vez le faltó valentía para conseguir todo esto, o le sobró bondad. No lo sé. El caso es que el día que con motivo de las fiestas de un pueblo vecino conoció al único hombre en su vida, su destino estaba escrito. Ya nunca tendría una vida propia, estaba condenada a vivir sólo para los demás.



Autora: Ana M Lòpez


TINOCO CHANEL


Ayer te vi en el plasma. Vi la vida que no viviste, reflejada en la de otra gran mujer creativa, trabajadora, rompedora de moldes y avanzada a su tiempo.

Comenzó su carrera profesional transformando sombreros de paja en obras de arte. Arrancando cortinas improvisaba los vestidos mas favorecedores y sofisticados. Cortaba sus trajes sin patrón dándoles forma en el cuerpo como si de una escultura se tratara. Como tú.
Cuántas veces te hemos visto hacerlo...
Por qué perder el tiempo en sacar el patrón, pasar jaboncillo, hilos flojos, hilvanar... si cuando encontrabas un retal ya lo veías puesto en la escultura elegida.

Lo bueno eran las bodas. Cuando llegaba alguna desplegabas todo tu arte. Recuerdo en la que al mirar la foto familiar todas las prendas, accesorios incluidos, salieron de tu imaginación y tus manos. Daban igual chaquetas, pantalones y cinturones masculinos que tocados, bolsos y forrado de zapatos para nosotras.
Aunque te gustaba fabricar a lo grande, también entrabas en el detalle.
Aquel día me convertiste en Sissí y adornaste las mangas de farol del vestido rosa con numerosos pétalos de raso, quemando uno a uno los hilos para que no se deshilacharan.

Creo que el último despliegue de creatividad en serie fue con los disfraces. Tardabas minutos en imaginarlo y confeccionar el traje. Sombrero, antifaz y todo lo que se te ocurría, puesto que muchos eran disfraces de nada, inventados por ti sin pretender parecerse a otra cosa. Claro que su comodidad y atractivo hacían que ningún año fallara alquilarlos en carnaval.

Pero antes fueron los teatros de colegio o de calle de tus artistas paridos.
Te atrevías con todo. Convertías furgonetas en acogedores hogares ambulantes, o cuando forraste de escay granate, con tachuelas doradas, aquellas cajas de queso de láminas de madera convirtiéndolas en taburetes para un improvisado pub de los años 70 sacado del hueco de la escalera.

No quiero olvidar tus creaciones y tu historia que también es la de una gran mujer, pero que no encontró el mismo camino para desarrollar su arte.

Quién sabe, tal vez alguien de nuestras próximas (o actuales) generaciones sienta algún día tu gusanillo y siga el camino que comenzaste. Seguro que le gustará conocer de dónde le viene.


Ana M. Lèopez