Laura, en otra vida fué gata.

No caminaba, se deslizaba. No miraba, se impregnaba de la mirada del otro devolviéndole el reflejo de su brillo triste, vidrioso. Sus patas delanteras adornadas de lujosos anillos y pulseras, se extendian dulcemente desde Luxor hasta Abou Simbel. La soledad parecia poblar su existencia; Pese a pertenecer a una raza superior, adorada por todos, lucìa una humildad que causaba escalofrios a màs de uno. Y no caminaba, flotaba. No miraba, estudiaba cada gesto, cada movimiento a su alrededor, en una silenciosa càmara lenta que a veces exasperaba a los nerviosos. Tanto observò y estudiò que dos grandes sombras se dibujaron bajo sus ojos. Gracias a ellas, podemos ver hoy historias extraordinarias de faraones sanguinarios y de emperatrices de belleza obscena. De aquella otra vida le quedaron varias secuelas; asi, en ocasiones, se la ve deambular en silencio, y otras, cuando habla, se le escapa un timido mahullido, que nos hace envidiar no haber tenido una vida pasada como la suya.